Un día sin sueldo es duro, una vida sin derechos no es vida
15 de noviembre de 2012
Las empresas y calles de ciudades y pueblos de España, de Portugal y de otros países europeos se han llenado de trabajadores en lucha y de otros muchos ciudadanos que han apoyado las justas reivindicaciones de la jornada, un vivir de pie sin arrodillarse, una muestra de dignidad, de resistencia, de no conformarse con la barbarie social y económica (y política también: la liquidación de nuestras democracias) a la que quieren conducirnos.
Oírles decir lo básico, lo esencial, que no están para admitir barbaridades ni lo “inexorable”; que no vale eso de que esto es lo que hay y hablemos de otra cosa; que sus condiciones, que nuestras condiciones laborales, sociales, económicas, las conquistas que alcanzamos-y que intentan robarnos poco a poco- no cayeron del cielo, sino que fueron fruto del esforzado combate de otros compañeros y compañeras que defendieron con riesgos y esfuerzos su dignidad y sus derechos; que el deber de todos nosotros es dejar a nuestros hijos, a nuestros nietos un mundo justo y no una plétora miserable de injusticia y explotación; que nos va en ello todo: la dignidad, la salud, la educación, la cultura, la vida. Y que no podrán: no pasarán, no pueden pasar. El mundo que anuncian, el mundo que abonan, es el reino del no ser, de la injusticia, del desprecio a millones y millones de seres humanos. No seremos conducidos a ese mundo de infamia.